¿Gordas o flacas? ¿Altas o bajas? ...o ¿Todas? Los
hombres no pueden resistirse a la belleza femenina aunque en cada época
han tenido sus gustos. ¿En esta qué tipo de mujeres quieren?
Todos los hombres, en alguna ocasión, nos hemos
preguntado cómo es que por allá en el Renacimiento a los caballeros les
encantaban solo las mujeres cachetonas y gorditas; cualquier mujer que
no cumpliera con estas características estaba en el lugar equivocado -o
más bien en la época equivocada-.
Esa tendencia que enaltecía a las mujeres rellenitas se
extendió hasta entrado el siglo XX, la Gran Depresión en los Estados
Unidos y la recesión mundial de los años 30 conllevaron a que hasta la
Estatua de la Libertad bajara de peso -lo cual prueba que no hay mejor
dieta que aguantar hambre-.
La delgadez, entonces, se puso de moda. Diseñadoras como
Coco Chanel aprovecharon esta ‘delgadez' -léase ‘desnutrición'- para
darle glamour a la figura femenina, y fue así como todos los hombres
comenzaron entonces a valorar la estética que le proporcionaba la
escualidez, perdón, la delgadez, a la mujer. Y hasta ahí les llegó la
dicha a las gorditas cachetoncitas.
El gusto por las mujeres delgadas duró hasta los años
50, pues terminada la Segunda Guerra Mundial regresaron la buena
economía y la buena vida... ¡y a comer se dijo! Todo el mundo tuvo que
soltarle las pinzas a la ropa que antes le había cogido. La Estatua de
la Libertad no solo recuperó su peso normal sino que se subió un par de
kilitos y, como ella, millones de mujeres más.
Comenzaron entonces a aparecer ejemplares como Marilyn
Monroe, en América, y Sofía Loren, en Europa, que con su voluptuosidad y
curvas les hicieron perder la cabeza -y la casa, el carro, los
ahorritos y el matrimonio- a quienes se atrevían a contemplarlas por más
de 30 segundos. Y fue así como regresó entonces el deseo por las
mujeres robustas, que a diferencia de las del ‘Renacimiento' -que tenía
uno que ‘renacer' como mil veces para que le gustaran-, estas tenían
curvas, ¡y qué curvas!
Los hombres no se hallaban de la dicha; la ‘Asociación
de Hombres del Planeta Tierra' determinó que ese era el tipo de mujer
que nos iba a gustar a todos los hombres hasta que se acabara el mundo
-o hasta que el 10 por ciento de los políticos colombianos fuera
eficiente, que es lo mismo-.
Todo iba viento en popa. Hasta que apareció una mujer
que rompió por completo el arquetipo que todos los hombres habían
establecido, una tal Audrey Hepburn:
una mujer flaca, flaca, re-flaca y sin nadiiiita de curvas, pero con
una personalidad, un carisma y una simpatía tan monumentales
que muchisisísimos hombres se olvidaron de las tales curvas
despampanantes. Y se armó la gorda -o en este caso, la flaca-. Unos
decían que eran mejores las caderoncitas-pucheconcitas, otros aseveraban
que mejores eran las flaquitas-recticas y así nadie dio el brazo a
torcer, se desintegró la ‘Asociación de Hombres del Planeta Tierra' y
cada quien comenzó a escoger acorde a su gusto.
La guerra la iban ganando las despampanantes, hasta que por allá en los años 60 una diseñadora llamada Mary Quant, inspirada en los carros ‘Mini', se inventó la ‘minifalda', los hombres entonces bajaron la mirada -literalmente
hablando- y se dieron cuenta de que un ‘buen par de piernas' era tan o
más sensual que un ‘buen par de puchecas' -y ya no importaba entonces si
la portadora de esas piernas era flaca, gorda, bonita, fea, voluptuosa o
transexual-.
Fue en ese momento de la historia cuando las mujeres se
dieron cuenta que lo importante era mostrar, pues los hombres estábamos
dispuestos a babear por lo que fuera que nos dejaran ver. Eso explica
por qué partes del cuerpo tan poco agraciaditas como ‘el ombligo' se
volvieron sexys tan pronto nos lo permitieron ver -y comenzaron a
exhibirlos como tesoritos, adornándolos y colgándoles carajaditas
encima-.
Las piernoncitas arrasaron entonces con las miradas de
todos los hombres y se llevaron el trofeo a ‘las mujeres que más
deseábamos' -fue en esa época que comenzaron a proliferar los divorcios,
¿qué coincidencia no?-. Hasta que a finales de los 60 apareció otra
flacuchenta: Twiggy, quien cautivó a millones de hombres en todo el
planeta y se convirtió en una de las primeras supermodelos de la
historia, dando inicio a una corriente que aún perdura: las modelos
superdelgadas -fue en ese momento que los hombres descubrimos que los
huesitos también tienen su gustico, ¡y qué gustico!
Desde los años 70 hasta nuestros días han surgido divas
que, gracias a sus atributos o a la falta de ellos, han creado
tendencias que nos han llevado a los hombres a fijarnos, y a desvivir,
por mujeres de similares características. Anna Nicole Smith logró, por
ejemplo, que los hombres admiraran y desearan ese tipo de mujer que
desde el Renacimiento había perdido su encanto.
Jennifer López consiguió que millones de hombres, que
en un pasado les atraían solo las colas tipo ‘estándar', se fueran ahora
de jeta -literalmente hablando- por los derrières de proporciones
monumentales. Keira Knightley demostró que una mujer sin nadita de senos
puede ser tan o más sexy que una con puchecas tamaño familiar.
Y Sofía Vergara
ratificó que: "El tamaño sí importa". En la actualidad no existe un
estereotipo específico de mujer que seduzca a todos los hombres por
igual, como sí sucedió en un pasado, y no es que ahora nos gusten todas
-noooo qué va-, lo que pasa es que hoy en día las mujeres han sabido
explotar los atributos que poseen (y los que no poseen), logrando de una
forma sugestiva, sexy e inteligente que los hombres no tengamos más
opción que sucumbir -con mucho esfuerzo, eso sí- ante las corrientes que
ellas nos imponen -y amén por eso-.




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