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domingo, 10 de junio de 2012

Secretos bajo la ropa: La faja

Secretos bajo la ropa: La faja

¿Alguna vez habéis pensado en cómo hacen las celebrities para lucir, poco después de dar a luz, una silueta totalmente recuperada del embarazo?

¿O cómo se enfundan en sexys y ajustados vestidos sin que se les marque la barriguita o los dichosos flotadores?

Aunque muchas de vosotras la veáis anticuada o releguéis su uso a mujeres maduras, la faja es, para algunas famosas, como una segunda piel y no tienen ningún reparo en utilizarla bajo sus faldas y vestidos más ceñidos.

Tipo body, con sujetador incorporado o estilo boxer hasta el muslo, en plena época de eventos primaverales como bodas, comuniones, bautizos o graduaciones, una faja o prenda interior que tenga un efecto reductor o modelador nos puede ayudar a que nuestros vestidos nos sienten como un guante y de este modo estar perfectas y cómodas durante todo el día.


Por eso, cuando la firma de lencería Gemma Perfect me propuso probar una de las piezas de su nueva línea SiéntetePerfect, no lo dudé, ya que ahora que se aproxima el verano y algunos eventos especiales me encanta ponerme vestiditos de todo tipo, incluso alguno que otro más ajustado.

La braga-faja (qué mal suena el nombrecito, madre mía) que he escogido ha sido diseñada para moldear vientre, caderas y cintura y se ajusta perfectamente al cuerpo, convirtiéndose en la percha perfecta para vestidos y prendas de tiro alto (no sólo para ocasiones especiales, imaginaros qué bien luciría bajo un working look compuesto por blusa y falda lápiz de talle alto).

Después de la experiencia, tengo que decir que es fantástica para marcar la cintura y alisar totalmente el abdomen, mostrando una silueta definida y con excelente sujección, que es lo que realmente buscaba en una prenda interior de este tipo.

Además de fajas y braguitas reductoras, la línea SiéntetePerfect incluye prendas de ropa interior que, a precios asequibles, nos ayudan a sentirnos mejor moldeando nuestro cuerpo y realzando nuestra figura, como sujetadores para aumentar o reducir el volumen del pecho, sujetadores sin tirantes para llevar debajo de los escotes strapless más espectaculares o lencería ligera y cómoda para liberarnos de las marcas cuando llevamos ropa ajustada. Podéis ver la gama completa aquí.


Asimismo, en su perfil de Facebook, la firma de lencería está sorteando semanalmente entre sus fans prendas y conjuntos interiores de esta línea, una magnífica oportunidad para conseguir el modelo que más os guste.

Estas son las mujeres ante las que los hombres sucumben

¿Gordas o flacas? ¿Altas o bajas? ...o ¿Todas? Los hombres no pueden resistirse a la belleza femenina aunque en cada época han tenido sus gustos. ¿En esta qué tipo de mujeres quieren?
Todos los hombres, en alguna ocasión, nos hemos preguntado cómo es que por allá en el Renacimiento a los caballeros les encantaban solo las mujeres cachetonas y gorditas; cualquier mujer que no cumpliera con estas características estaba en el lugar equivocado -o más bien en la época equivocada-.


Esa tendencia que enaltecía a las mujeres rellenitas se extendió hasta entrado el siglo XX, la Gran Depresión en los Estados Unidos y la recesión mundial de los años 30 conllevaron a que hasta la Estatua de la Libertad bajara de peso -lo cual prueba que no hay mejor dieta que aguantar hambre-.


La delgadez, entonces, se puso de moda. Diseñadoras como Coco Chanel aprovecharon esta ‘delgadez' -léase ‘desnutrición'- para darle glamour a la figura femenina, y fue así como todos los hombres comenzaron entonces a valorar la estética que le proporcionaba la escualidez, perdón, la delgadez, a la mujer. Y hasta ahí les llegó la dicha a las gorditas cachetoncitas.
El gusto por las mujeres delgadas duró hasta los años 50, pues terminada la Segunda Guerra Mundial regresaron la buena economía y la buena vida... ¡y a comer se dijo! Todo el mundo tuvo que soltarle las pinzas a la ropa que antes le había cogido. La Estatua de la Libertad no solo recuperó su peso normal sino que se subió un par de kilitos y, como ella, millones de mujeres más.


Comenzaron entonces a aparecer ejemplares como Marilyn Monroe, en América, y Sofía Loren, en Europa, que con su voluptuosidad y curvas les hicieron perder la cabeza -y la casa, el carro, los ahorritos y el matrimonio- a quienes se atrevían a contemplarlas por más de 30 segundos. Y fue así como regresó entonces el deseo por las mujeres robustas, que a diferencia de las del ‘Renacimiento' -que tenía uno que ‘renacer' como mil veces para que le gustaran-, estas tenían curvas, ¡y qué curvas!


Los hombres no se hallaban de la dicha; la ‘Asociación de Hombres del Planeta Tierra' determinó que ese era el tipo de mujer que nos iba a gustar a todos los hombres hasta que se acabara el mundo -o hasta que el 10 por ciento de los políticos colombianos fuera eficiente, que es lo mismo-.
Todo iba viento en popa. Hasta que apareció una mujer que rompió por completo el arquetipo que todos los hombres habían establecido, una tal Audrey Hepburn: una mujer flaca, flaca, re-flaca y sin nadiiiita de curvas, pero con una personalidad, un carisma y una simpatía tan monumentales que muchisisísimos hombres se olvidaron de las tales curvas despampanantes. Y se armó la gorda -o en este caso, la flaca-. Unos decían que eran mejores las caderoncitas-pucheconcitas, otros aseveraban que mejores eran las flaquitas-recticas y así nadie dio el brazo a torcer, se desintegró la ‘Asociación de Hombres del Planeta Tierra' y cada quien comenzó a escoger acorde a su gusto.

 

La guerra la iban ganando las despampanantes, hasta que por allá en los años 60 una diseñadora llamada Mary Quant, inspirada en los carros ‘Mini', se inventó la ‘minifalda', los hombres entonces bajaron la mirada -literalmente hablando- y se dieron cuenta de que un ‘buen par de piernas' era tan o más sensual que un ‘buen par de puchecas' -y ya no importaba entonces si la portadora de esas piernas era flaca, gorda, bonita, fea, voluptuosa o transexual-.
Fue en ese momento de la historia cuando las mujeres se dieron cuenta que lo importante era mostrar, pues los hombres estábamos dispuestos a babear por lo que fuera que nos dejaran ver. Eso explica por qué partes del cuerpo tan poco agraciaditas como ‘el ombligo' se volvieron sexys tan pronto nos lo permitieron ver -y comenzaron a exhibirlos como tesoritos, adornándolos y colgándoles carajaditas encima-.
Las piernoncitas arrasaron entonces con las miradas de todos los hombres y se llevaron el trofeo a ‘las mujeres que más deseábamos' -fue en esa época que comenzaron a proliferar los divorcios, ¿qué coincidencia no?-. Hasta que a finales de los 60 apareció otra flacuchenta: Twiggy, quien cautivó a millones de hombres en todo el planeta y se convirtió en una de las primeras supermodelos de la historia, dando inicio a una corriente que aún perdura: las modelos superdelgadas -fue en ese momento que los hombres descubrimos que los huesitos también tienen su gustico, ¡y qué gustico!



Desde los años 70 hasta nuestros días han surgido divas que, gracias a sus atributos o a la falta de ellos, han creado tendencias que nos han llevado a los hombres a fijarnos, y a desvivir, por mujeres de similares características. Anna Nicole Smith logró, por ejemplo, que los hombres admiraran y desearan ese tipo de mujer que desde el Renacimiento había perdido su encanto.


Jennifer López consiguió que millones de hombres, que en un pasado les atraían solo las colas tipo ‘estándar', se fueran ahora de jeta -literalmente hablando- por los derrières de proporciones monumentales. Keira Knightley demostró que una mujer sin nadita de senos puede ser tan o más sexy que una con puchecas tamaño familiar.


Y Sofía Vergara ratificó que: "El tamaño sí importa". En la actualidad no existe un estereotipo específico de mujer que seduzca a todos los hombres por igual, como sí sucedió en un pasado, y no es que ahora nos gusten todas -noooo qué va-, lo que pasa es que hoy en día las mujeres han sabido explotar los atributos que poseen (y los que no poseen), logrando de una forma sugestiva, sexy e inteligente que los hombres no tengamos más opción que sucumbir -con mucho esfuerzo, eso sí- ante las corrientes que ellas nos imponen -y amén por eso-.

Fuente: Ver aquí