Nadie enarbolaría que el contrario del azul sea
el amarillo; ni del rojo, el verde.
La herramienta para esta búsqueda reside en simplificar. Que haya la menor cantidad de recursos posibles, o al menos que no se noten. Pintar una habitación de muchos colores es menos complicado que dejarla en perfecto blanco, porque en la distracción de los colores se pasan los defectos. Ocurre lo mismo en lo que hago: intento que no haya distracción para que sobresalga una forma pura, una silueta como sombra que se recorta. Y que la atención esté puesta sobre eso y no sobre otras cosas.
- ¿Qué hay de creación propia en sus prendas y qué de captación de la estética que se ve en la calle?
En la calle me puedo llegar a inspirar en la gente grande, en las señoras que mantienen gestos de elegancia de otra época. Pero en realidad lo que veo ahora de moda en la calle es lo que quiero combatir.
- ¿Hay una edad para perder la elegancia?
No. Pero lo que define lo elegante no es lo que uno lleva puesto, sino la forma de ser, de hablar, la conducta.
- ¿Hay mucho de natural en la elegancia o es aprendida?
Creo que es aprehendida, que se incorpora naturalmente con la vida. Por supuesto que no tiene nada que ver con fingir, con impostar lo que uno no es.
- ¿Qué atributos debe tener una mujer para ser elegante?
No creo en las reglas en el vestir.
Una mujer elegante es alguien fiel a sí misma.
- ¿Cómo vestiría a la virgen María?
Me imagino que de blanco, liso, sin pliegues.
- ¿El cuerpo de la mujer es más armónico que el del hombre?
No. La naturaleza es sabia. Hay mujeres que tienen mucha cadera y menos busto, pero hay armonía en esos cuerpos. Las mujeres que se ponen siliconas alteran ese equilibrio.
- ¿Limita su cantidad de clientes diseñar todo en negro y blanco?
Supongo. Yo nunca seguí la tendencia, pero ahora me causa gracia ver que en verano se viene el color con todo. Alguien con otra mentalidad tal vez se preocuparía, pero yo me siento como aliviado. Es que desde chico me sentí como medio aparte.
Nacido y criado en Navarro, provincia de Buenos Aires, de padre mecánico y madre ama de casa, mayor de tres hermanos, Pablo Ramírez cuenta que para dejar el pueblo, que por entonces lo aburría, propuso que lo mandaran como pupilo a un colegio. Y que cuando al fin cumplieron con ese deseo, se dio cuenta que era el único pupilo motu propio en todo el colegio de los hermanos maristas de Luján.
La experiencia duró sólo un año porque la escuela terminó cerrando el pupilaje, pero tal vez esa cierta lejanía con su lugar de nacimiento ya había arrancado en salita de tres, cuando la maestra de jardín le advirtió que no se dibujaban macetas en la cabeza de las mujeres y él respondió: “Ese es un sombrero”. Ya no se usaban muchos sombreros cuando entró a la carrera de Diseño de la UBA, ni cuando ganó una mención especial en un concurso de Alpargatas para diseñar ropa en denim (la tela del jean) y él propuso una colección de uniformes escolares. El premio, un año de trabajo en París para desarrollar su idea.
- ¿Para quién se viste la mujer?
Primero para las demás mujeres, después para la mirada de un hombre; son menos las que se visten para ellas mismas, aunque sin la mirada del otro nadie existe.
- ¿Por qué la ropa es tan cara en relación al sueldo?
Particularmente acá está desfasado el precio, no sé si en relación a los sueldos sino al valor real que tiene la ropa. Las grandes marcas remarcan y los productos no valen lo que señalan los precios.
Nota Diario Clarín: a Pablo Ramirez- Libre interpretación fotográfica de Rosarito Brunch-